Undécima semana del tiempo durante el año

Como sabemos, la mesa de la Palabra en los domingos suele ofrecernos, junto con la proclamación más o menos continua de un evangelio (este año el de Marcos), la lectura también semicontinua de un escrito del Nuevo Testamento. No hay que buscar entonces, un “tema” de la Misa. Pero, muy a menudo, podremos agradecer al Señor el hecho de que pasajes aislados de la Escritura resulten plenamente adecuados al momento histórico que vivimos. Algo de eso ocurre en este domingo, cuando como “Pueblo de Dios que peregrina en Chile” –un pueblo que experimenta, desazón, tristeza y vergüenza – escuchamos a Jesús que nos llama a confiar en la fortaleza de la semilla del Reino que ha sido sembrada entre nosotros. Esa semilla “germina y va creciendo sin que sepamos cómo”, por la acción misteriosa de la gracia de Dios. Por eso, con san Pablo, podremos sentirnos “plenamente seguros, sabiendo que vivir en este cuerpo es vivir en el exilio, lejos del Señor; (…)  caminamos en la fe y todavía no vemos claramente”. Confiamos, entonces, en la gracia misericordiosa de Dios, que nos sostiene y nos da valor para mirar nuestros errores y pecados sin desesperarnos. Como anuncia la profecía de Ezequiel, el Señor “humilla al árbol elevado y exalta al árbol humillado”. Confiamos, entonces, en el Señor que es fiel a sus promesas, mientras asumimos la tarea de recuperarnos como Iglesia, unidos en Cristo y procurando hacer lo que Él haría en nuestro lugar.

Durante la semana el mismo Jesús nos enseñará cómo hacerlo: nos llamará a perdonar, a no resistir al mal, a amar a los enemigos, a confiar en el amor del Padre celestial, que conoce y aprecia nuestras acciones más secretas,  y a imitarlo en nuestras relaciones con los demás. Nos mostrará, finalmente que debemos fiarnos del  amor providente de Dios y no de los bienes materiales. En las lecturas del Antiguo Testamento, los ciclos de Elías y de Eliseo en los libros de los Reyes, nos mostrarán el reverso de la medalla: Los crímenes, las injusticias y sufrimientos que provoca una vida en la que un jefe se   idolatra a sí mismo y abusa del poder. Volvamos, entonces a la actitud de Pablo en el texto de este domingo: Que nuestro único deseo sea agradarle, porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo.

De entre la nube de testigos que nos precede en el seguimiento de Jesús (cf. Apoc. 12,1), en esta semana recordamos el 19 al abad san Romualdo (+1027) fundador de los ermitaños camaldulenses. El jueves 21 celebramos a san Luis Gonzaga,que renunció a un título nobiliario para hacerse religioso jesuita y morir a los 23 años, contagiado en el servicio a los apestados (+1591), ejemplo de entrega juvenil, digno de recordarse especialmente en este año sinodal. El viernes 22 se puede recordar a san Paulino, obispo de Nola (+431), quien tras su bautismo renunció a una carrera política y se hizo monje. Y ese mismo día se puede recordar a santos John Fisher (obispo de Rochester) y Thomas More (=Tomás Moro), laico, canciller de Inglaterra y prestigioso humanista, autor de Utopía), ejecutados en 1535, por negarse a aceptar el acta de supremacía, que separaba a la Iglesia de la Inglaterra de la sede romana. Como, gracias a Dios, los tiempos han cambiado, el jueves 21 podemos unirnos espiritualmente a la peregrinación ecuménica del Papa Francisco que ese día visitará la sede del Consejo Mundial de Iglesias, en Ginebra.

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