Décima tercera semana del tiempo durante el año

Jesús se encamina decididamente hacia Jerusalén, nos dice este domingo el evangelista san Lucas. Es la ciudad de David, la ciudad desde donde debería reinar el Ungido del Señor. Pero, Jesús ya ha advertido a los discípulos que no va a Jerusalén como conquistador. Poco antes de las escenas que contemplamos este domingo, les ha anunciado: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado…ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Lc. 9.22s).  Los discípulos no lo entendieron: recordando al profeta Elías (2 Re 1.9 ss.), Santiago y Juan quieren hacer bajar fuego del cielo para consumir a quienes rechazan al maestro. Pero Jesús imita a los profetas en el desprendimiento al servicio de la misión; no en los episodios violentos. Por eso, a quienes se manifiesten dispuestos a seguirlo, les habla con toda claridad: Hay que dejarlo todo para anunciar sólo el Reinado de Dios, sin volver la vista atrás.

Complementa las escenas vocacionales del evangelio, la instrucción que da san Pablo a los Gálatas: Hay que mantenerse firmes en la libertad que nos adquirió Cristo. No meramente la libertad física, sino la libertad frente a “la carne” que, en sentido paulino no se limita a lo corporal, sino que es todo lo que puede encerrarnos en nuestros intereses y temores…, incluso la ley y los reglamentos. No sabemos qué hicieron finalmente los tres hombres que parecen querer seguir a Jesús, pero en las respuestas que les da Jesús podemos comprender cuál es la libertad que Cristo nos ha dado.

Como Iglesia, entonces, estamos llamados a desprendernos de ‘lo carnal’. Esto es, debemos abrirnos a la acción del Espíritu sin añorar las estructuras que nos dan seguridad, las mismas que han facilitado los delitos y pecados que lamentamos hoy. Todos los bautizados hemos sido hechos –por Cristo y con Cristo- sacerdotes, profetas y reyes, con la misión de hacer de nuestro mundo un lugar donde nos encontremos con Dios. Los templos en que nos reunimos actualmente sólo son borradores de la Jerusalén celestial que nos anuncia el Apocalipsis.

En la semana, la Palabra de Dios nos hace mirar el comienzo del camino: el Señor nos va instruyendo y guiando en la persona de los patriarcas. Nos encontraremos con Abrahán, Isaac y Jacob, hasta la entrada de Israel en Egipto. Nos vamos preparando para reconocer con Pablo que “Dios dispone las cosas para el bien de los que le aman”. No sólo la piedad de Abrahán es corregida para que sepamos que Dios no quiere sacrificios humanos. También la astucia de Jacob y la envidia de los hermanos de José nos ayudan a ir reconociendo al Dios paciente y misericordioso, que se nos muestra ya en su “regateo” con Abrahán, respecto de los habitantes de Sodoma.

Por su parte, el evangelio  retoma la primera escena vocacional del domingo, en la versión de Mateo, cuya vocación contemplaremos el viernes 5.  Mientras tanto, vemos al Señor que va llamando a los discípulos y los instruye en la novedad del Reino.

En el santoral de esta semana se destaca la fiesta del apóstol santo Tomás, el miércoles 3. Tradicionalmente se lo liga al anuncio del evangelio en la India, y la fundación de la Iglesia malabar, con ritual y estructura propios.  Además el calendario universal recuerda el 4 la memoria de santa Isabel, reina de Portugal (1271-1336), de la orden tercera de san Francisco. El 5 puede recordarse a san Antonio María Zaccaria (1502-1539), fundador de los Barnabitas (=Clérigos regulares de san Pablo). Y el sábado 6 se puede recordar a santa María Goretti(1890-1902) y a tantas niñas que, como ella. han sido víctimas de abusos sexuales hasta dar la vida por defenderse.

La Compañía de Jesús celebra  el martes 2 la memoria de misioneros populares:   santos Bernardino Realino (1530-1616), Jean-François Régis (1597-1642), y Francisco de Jerónimo(1642-1716), y los beatos Julian Maunoir (1606-1683) y Antonio Baldinucci (1665-1717).

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