Cristóbal Fones SJ y la misión itinerante

Con su música y su palabra acompaña a jóvenes, comunidades de base o sacerdotes de pequeños pueblos desperdigados por la geografía nacional.

Por Andrés Mardones.

En 1593 llegaban a Santiago los primeros jesuitas, y a comienzos del siglo XVII ya algunos misionaban en Arauco y Chiloé. Las llamadas “misiones circulares” acompañaron la vida eclesial de distintas comunidades esparcidas a lo largo de un extenso territorio. Al tiempo de la expulsión, en 1767, veinticinco miembros de la orden trabajaban en estas misiones volantes.
Siglos después, la idea volvió a cobrar fuerza en la Provincia chilena. Desde el año pasado, el padre Cristóbal Fones itinera por diferentes ciudades, pueblos y localidades del sur del país para revivir esa tradición misionera que ha impulsado por siglos a los jesuitas a estar en constante movimiento para llevar el Evangelio a todo lugar.
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¿En qué consiste la misión itinerante, cuál es el envío de la Compañía?
Responde a un deseo de la Provincia de explorar nuevos modos de servir como jesuitas en la Iglesia de Chile. La idea es que nos movilicemos en la línea planteada por el papa Francisco de ser una Iglesia en salida; salir más allá de nuestras instituciones y grupos conocidos, pero sobre todo de la inercia en que nos podemos instalar apostólica y espiritualmente. Nace también en un momento de perplejidad en la Iglesia, cuando se deben buscar y ensayar nuevos caminos. Pero no se trata principalmente de una movilización física, ni mucho menos de un afán por la novedad pastoral, sino de un acto profundamente espiritual; un signo concreto es el envío de un compañero, que nos ayude a todos a ponernos en movimiento contra la desolación. Salir al encuentro del Señor Resucitado que trabaja y ama desde diversas fronteras, comunidades y lugares.
Muchos de nuestros ministerios ya son geográficamente itinerantes. Por ejemplo, el capellán nacional del Hogar de Cristo, el de TECHO o el de las CVX; ellos recorren mucho. Tal vez, lo particular en este caso es que yo no estoy asociado a una obra específica. Voy a un territorio y me pongo al servicio de las necesidades del lugar, según vamos viendo con los obispos. El Provincial me pide poner el foco en los jóvenes, y eso ha venido muy bien a las iglesias locales, principalmente en educación superior, donde hace falta más acompañamiento y se acaban las catequesis sacramentales.
¿Cómo planificas los viajes?
Lo principal es la presencia; llegar y conocer las distintas realidades. Me organizo geográficamente de la manera más coherente posible a partir de diversas peticiones. Tomar contacto con la Pastoral Juvenil de la Zona Sur ha sido clave en ese sentido. He estado en ciudades grandes como Valdivia, Coyhaique y Punta Arenas; pero también en sectores más periféricos como Ralco o el conjunto de las islas Desertores, en el archipiélago de Chiloé.
El año pasado tuve una presencia fuerte en Concepción. Allí armamos un coro masivo que se llama “In Crescendo”. Este ayudó a instalar redes de contacto entre los jóvenes para acompañarse mejor (especialmente a quienes llegan de fuera). Este año comenzamos con una idea similar en Temuco, que se llama “Araucanta”. Estos proyectos me fuerzan a una presencia periódica en torno a la cual organizo otros encuentros y visitas.

El rol de la música

Dijiste que esta misión está orientada principalmente a los jóvenes… ¿cuáles son las claves para poder comunicarles el Evangelio?
La Comisión de Jóvenes de la Provincia lleva buen tiempo pensando esto. Es una de nuestras prioridades apostólicas. Dentro de mi sencillo aporte en las diócesis del sur, creo que la apuesta es por fortalecer la relación viva con Jesús. No se trata de engatusar a nadie. Más bien, escucharlos ante todo y proponer el Evangelio como una posible respuesta a sus búsquedas; dejar que el Resucitado los ilumine y acompañe. La idea es facilitar ese encuentro con quien puede ofrecer un auténtico camino de compromiso, entrega y libertad. No estamos para grandes arengas éticas ni para llenarlos de más actividades. Nos reunimos para hacer comunidad, ser Iglesia. Vivir con Jesús el voluntariado, los estudios, la afectividad, la lucha política, la vida familiar, el despliegue de nuestros talentos con sentido de misión. No hay que ablandar el Evangelio para que les caiga bien, ni suavizarlo para que sea lo menos exigente posible, sino ayudar a que los interpele de frente. En esa tarea me ha ayudado mucho la música.
Hace tiempo te dedicas a la música. ¿Cómo la incorporas en la misión?
Me han pedido crear muchos espacios de oración. Mis canciones son conocidas en los lugares donde voy, y juntarnos a cantar se ha transformado en una posibilidad de parar, contemplar la propia vida en clave de discernimiento. Pienso que en eso se presta un buen servicio. Además, ahora estoy explorando lo coral, que tiene cosas muy bonitas. Ahí no canto, sino que animo a formar grupos grandes, de cien personas o más. Hay muchas espiritualidades y carismas mezclados. Asiste gente muy creyente y activa en la Iglesia, otros no tanto. Van jóvenes de diferentes denominaciones cristianas, orientaciones sexuales y realidades sociales distintas. La mayoría universitarios. Lo que nos une es el gusto por la música religiosa. Y la única manera de que esto suene armónico es que cada uno aporte lo suyo sin aplastar a quien tiene al lado. Es un aprender a escucharnos, conocer la voz del otro para que lo mío contribuya al todo. La metáfora de la música nos sirve como posibilidad de ensayar una sociedad nueva.
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Morir como misionero

¿Espiritualmente, cómo has vivido la misión?
Con mucha gratitud. Ha sido exigente, sobre todo por lo que tiene de despojo. En varios sentidos; por el desarraigo de una comunidad permanente a la cual servir, ya que voy de un lugar a otro. Pero hasta cierto punto, también de mi propia comunidad jesuita. De hecho, estoy mucho más tiempo en ambientes no ignacianos o vinculados a nosotros. Me quedo a alojar en parroquias y conventos. En cuanto a lo material, aprender a llevar lo que cabe en la mochila. No ando trayendo tantos libros ni otras cosas, porque todo pesa. Además, hay muchos ratos de soledad, arriba del bus, caminando, en lancha, en lo que me mueva, ya que ha sido una opción no usar vehículo. Vivir más simplemente es un desafío, porque yo, al igual que muchos, crecí en la ciudad, lleno de cosas, con todo a la mano. Hoy, por ejemplo, mi manejo del tiempo es diferente. A veces para llegar a un lugar tengo que lograr que calcen los buses, esperar las conexiones. Es un aprendizaje que espiritualmente me ha hecho mirar desde un lugar menos ansioso la misión, más confiado en Dios. También hay un elemento muy bonito en esto de la itinerancia, que es la convicción absoluta de que el agente evangelizador principal no es la Compañía de Jesús, ni mucho menos yo; es la Iglesia en su conjunto.
¿Has podido sacar alguna conclusión de lo que ya has hecho? ¿Va todo bien encaminado, hay que cambiar cosas…?
Es todavía pronto para grandes conclusiones. Tenemos la convicción de que Dios ha estado presente en la misión itinerante. La receptividad de las iglesias locales es un signo muy importante. Reconocen el aporte que estamos haciendo desde la Compañía. También se ve entusiasmo y respuesta en los jóvenes. Se han visitado muchas comunidades y de a poco se van generando vínculos, lazos, amistad. Gracias a esta misión, yo también me siento muy jesuita, en comunión con mis compañeros que sirven en muchas obras distintas, y animado por el mismo espíritu que movió a otros misioneros.
Pero hay que darle tiempo a la misión para que madure, sin apresurarnos en tratar de institucionalizar cosas. El horizonte a largo plazo es que lo que se suscite en ella pueda servir de inspiración para un modo más itinerante de vivir cualquier ministerio jesuita.
¿Te ves a futuro en la misión?
Ojalá me muera como misionero. Lo encuentro maravilloso, un privilegio, y creo que es un aporte sencillo, pero súper concreto a la Iglesia de Chile.

* Si deseas saber más sobre la Misión itinerante, ingresa al sitio web: http://misionitinerante.jesuitas.cl

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